3 de enero -jueves
En verdad, nadie escribió nunca más de tres o cuatro -diez a lo sumo poemas perfectamente bellos e "importantes". De Quevedo a Reverdy y de Chrétien de Troyes a mí -que a pesar de mi juventud ya hice uno. Un apuro. Una urgencia. Para ir adónde [sic]. Ya no recuerdo a quién amo, no recuerdo si amé alguna vez. Sólo una sed, una avidez de tener un instante mío, un instante de encuentro cierto con algo, con alguien. En verdad, nada me importa ya, nada me importa más. Podría orinar en la calle. Podría cantar a los gritos, podría exponer me desnuda en un pedestal. He perdido el respeto definitivamente. Sólo queda una extraña piedad, por mí y por todos. Sensaciones de éxodo. Seguridad de estar sobreviviéndome. No me importa. Miro las caras por la calle y me sube la risa. Sólo me pongo muy seria cuando pasan niños -particularmente si tienen ojos claros. Lo que me acecha desde que me recuerdo es la abstracción. Me penetró y me invadió. Todo lo que siento aparece con mayúscula. Se agotaron los hechos y los actos. En mí se habla en infinitivo. ¿Hay algo más idiota que una conversación sobre el amor en la cual cada hablante empieza todas las frases con yo? Es lo que yo vengo haciendo desde hace días con A., con O., con C., etc. Pero mi sueño es, como siempre, mi deseo de no pensar en mí. Mi ejemplo debiera ser M., que tiene 21 años. Cuando hablo con ella el mundo se mejora. Su inocencia me hace llorar. (La mía también).
4 de enero -viernes.
"Les ardoises du toit" - Exceso de constatación. Aquí comienza a fallarle el duende a R**.
Pero yo sé lo que necesito. Esto es lo trágico. Siempre lo encuentro por la mitad, correspondiendo a mi deseo la parte ausente y disgustándome la que se ofrece.
*
Hacer el amor para ser por unas horas el centro de la noche. Hacer el poema para desplegarse en su espacio o para erigirse en él como una estatua. Entre algunos pueblos civilizados esta actitud lleva el nombre de narcisismo. Chez moi es un hábito parecido al de llorar de miedo cuando truena.
*
Cuando hablo con Y. o con Q. me siento inmoral, casi diría degenerada. Pensando en el asunto descubro que nunca tuve prejuicios sexuales. Esto me asombra, dada mi educación y mi poca libertad "interna". El sexo o lo sexual es, para mí, el único lugar en donde todo está permitido. Siempre lo sentí así. Quiero decir: para mí el acto sexual es independiente, una especie de zona cerrada por un círculo. Se puede hacer el amor con cualquiera sin que intervengan conceptos como amistad, amor, familia, etc. O sea: hacer el amor con un amigo no implica forzosamente un cambio de relación. Es como ir al cine: un silencio y una participación. Después se fuma, se habla y se discute. Ayer me reí cuando Q. -tiene 30 años y es virgen- afirmó que no tiene prejuicios sexuales pero que el acto de amor" tiene que ser una totalidad."
martes 8 -
Explicar a Góngora es como querer explicar un perfume. A. Reyes contaba de un amigo suyo que se complacía en no entender a Góngora. Creo que ese señor lo entendía más que nadie. Lo que me gustaría saber es hasta dónde existe una intencionalidad en G. Poeta conciente de sí, sin duda. Pero queda por averiguar si se proponía algo de una manera clara y distinta. Por ahora no lo creo. Es más: creo que habría que buscar a G. por el aspecto lúdico de la poesía.
En verdad, nadie escribió nunca más de tres o cuatro -diez a lo sumo poemas perfectamente bellos e "importantes". De Quevedo a Reverdy y de Chrétien de Troyes a mí -que a pesar de mi juventud ya hice uno. Un apuro. Una urgencia. Para ir adónde [sic]. Ya no recuerdo a quién amo, no recuerdo si amé alguna vez. Sólo una sed, una avidez de tener un instante mío, un instante de encuentro cierto con algo, con alguien. En verdad, nada me importa ya, nada me importa más. Podría orinar en la calle. Podría cantar a los gritos, podría exponer me desnuda en un pedestal. He perdido el respeto definitivamente. Sólo queda una extraña piedad, por mí y por todos. Sensaciones de éxodo. Seguridad de estar sobreviviéndome. No me importa. Miro las caras por la calle y me sube la risa. Sólo me pongo muy seria cuando pasan niños -particularmente si tienen ojos claros. Lo que me acecha desde que me recuerdo es la abstracción. Me penetró y me invadió. Todo lo que siento aparece con mayúscula. Se agotaron los hechos y los actos. En mí se habla en infinitivo. ¿Hay algo más idiota que una conversación sobre el amor en la cual cada hablante empieza todas las frases con yo? Es lo que yo vengo haciendo desde hace días con A., con O., con C., etc. Pero mi sueño es, como siempre, mi deseo de no pensar en mí. Mi ejemplo debiera ser M., que tiene 21 años. Cuando hablo con ella el mundo se mejora. Su inocencia me hace llorar. (La mía también).
4 de enero -viernes.
"Les ardoises du toit" - Exceso de constatación. Aquí comienza a fallarle el duende a R**.
Pero yo sé lo que necesito. Esto es lo trágico. Siempre lo encuentro por la mitad, correspondiendo a mi deseo la parte ausente y disgustándome la que se ofrece.
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Hacer el amor para ser por unas horas el centro de la noche. Hacer el poema para desplegarse en su espacio o para erigirse en él como una estatua. Entre algunos pueblos civilizados esta actitud lleva el nombre de narcisismo. Chez moi es un hábito parecido al de llorar de miedo cuando truena.
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Cuando hablo con Y. o con Q. me siento inmoral, casi diría degenerada. Pensando en el asunto descubro que nunca tuve prejuicios sexuales. Esto me asombra, dada mi educación y mi poca libertad "interna". El sexo o lo sexual es, para mí, el único lugar en donde todo está permitido. Siempre lo sentí así. Quiero decir: para mí el acto sexual es independiente, una especie de zona cerrada por un círculo. Se puede hacer el amor con cualquiera sin que intervengan conceptos como amistad, amor, familia, etc. O sea: hacer el amor con un amigo no implica forzosamente un cambio de relación. Es como ir al cine: un silencio y una participación. Después se fuma, se habla y se discute. Ayer me reí cuando Q. -tiene 30 años y es virgen- afirmó que no tiene prejuicios sexuales pero que el acto de amor" tiene que ser una totalidad."
martes 8 -
Explicar a Góngora es como querer explicar un perfume. A. Reyes contaba de un amigo suyo que se complacía en no entender a Góngora. Creo que ese señor lo entendía más que nadie. Lo que me gustaría saber es hasta dónde existe una intencionalidad en G. Poeta conciente de sí, sin duda. Pero queda por averiguar si se proponía algo de una manera clara y distinta. Por ahora no lo creo. Es más: creo que habría que buscar a G. por el aspecto lúdico de la poesía.
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