La correspondencia que mantuvo Pizarnik con familiares, conocidos y amigos apenas comprende una década. Para ella, escribir cartas era una necesidad y se convirtió en una manera de estar en contacto con el mundo. Los epistolarios editados por Ivonne Bordelois en 1998 y por Antonio Beneyto en el 2003 conforman una colección sesgada del repertorio epistolar pizarnikiano. Al igual que sucedió con los diarios, las supresiones, cortes y expurgos no vienen señalados con asteriscos. La elección sigue un principio de “preservación” de la intimidad, lo cual no deja de ser paradójico, desde el mismo momento en que una editorial decide publicarlo. Alrededor de la figura “poeta-suicida-Pizarnik” existe un “pacto de silencio” por parte de los críticos y biógrafos que pretende reforzar el “personaje literario”. Juan Liscano fue el primero en imponer su valla a los lectores al tachar extensos párrafos en la correspondencia mantenida con la poeta. Por ejemplo, en la carta fechada el 12 de febrero de 1972 se omitió lo siguiente:
"Juan, mi tan amigo, más agradecerte el dinero? Valga decirte que me salvó en el sentido literal del término. Además por él empecé a alimentarme y estoy más fuerte" [1]
Desconocemos el contenido de las otras “confidencias”, que promedia casi una cuartilla, pero las zonas reservadas dejan ver sin pudor alguno la disposición de un lector privilegiado sobre el texto de la corresponsal. Un lector convertido en árbitro y dueño de las misivas. Las omisiones sellan aquellas frases donde la multiplicidad de funciones de la escritura epistolar entra en crisis, velan zonas donde la expansividad del remitente tropieza con la posibilidad de exhibir la carta. El silencio se reinstala entonces sobre los nombres propios, sobre las opiniones maledicientes o sarcásticas, sobre el registro escabroso de la vida privada. La mirada de un último confidente atesora, antes de eliminar, las frases que ni los contemporáneos ni la posteridad deben leer. En este sentido, el género epistolar presenta un doble aspecto: por una parte, son textos escritos sin intención de publicación y por otra, son relatos literarios que han pasado por el filtro del autor o editor.
El primer epistolario, Correspondencia (1998) comprende la época vivida en Francia (1960-1964) y el período final de su vida (1967-1972). A pesar de no contarse con muchas de las epístolas recibidas por la autora, lo que completaría el círculo comunicacional, la dimensión tanto cognitiva como de sentido de las cartas no se ve menguado. Ello se debe a que existe una afinidad entre los corresponsales por cuanto pertenecen a un mismo contexto cultural, además de compartir una contemporaneidad. La afinidad intelectual y estética que se percibe no deviene de una unidad doctrinal, más bien la identidad que opera en estos sujetos de enunciación proviene de la constelación de actitudes, sobreentendidos, valores y rechazos compartidos, sin que estén formulados en ningún programa. Entre ellos se erige una formación de lazos, en ocasiones, débiles pero que llegan a componer una estructura de sentimientos, susceptibles de ser captada por medio de inquietudes comunes, sensibilidades análogas o experiencias que se reconocen en un modo de ser determinado. El segundo compendio, Dos letras (2003) reúne la correspondencia cruzada entre el 2 de septiembre de 1969 y el 12 de septiembre de 1972 entre Pizarnik y el poeta/pintor Antonio Beneyto. Se incluyen 35 cartas o postales inéditas, a excepción de tres que aparecieron en la revista literaria Hora de Poesía en 1993. El tema central de las cartas, en muchas ocasiones, gira en torno a la edición antológica de la obra pizarnikiana que Beneyto se encargaría de publicar en la colección “La Esquina” (1968-1973), que había fundado el poeta español, donde se publicó, además, a Gómez de la Serna, Cirlot, J. R. J, Cela, Max Aub, Brossa. A parte del tema literario- siempre presente- en ellas, se revelan los vínculos que Alejandra mantenía con artistas reconocidos y su interés por conformar un espectro amplio de influencias que difundiera (no sólo en Latinoamérica sino en Europa) su obra:
"Tengo amistad o un vínculo afectuoso con varios escritores más o menos famosos de este país. Si te interesan para La Esquina no tienes más que nombrarme los elegidos. Ahora pienso en Adolfo Bio Casares (tiene una obrita de teatro de 18 páginas) y sobre todo en Silvina Ocampo, cuyos cuentos a veces ocupan media hoja” (...) “te cuento qué alegre estoy por tu envío de mi librito a A.M. Matute. No olvides al inteligentísimo Cirlot, por favor, ni a Lapesa (una amiga de los dos que me dijo que ama la poesía) ni, sobre todo, al encantador F. Arrabal” (Dos letras 41, 48-49).
El pasaje anterior revela el interés de la joven escritora por afianzarse en una tupida red de relaciones personales y literarias. La prologuista admite que “este volumen incluye casi todo el conjunto de la correspondencia que Pizarnik le envió a Beneyto”, pero las cartas de Beneyto o los dibujos no han sido adjuntados. La serie finaliza con una misiva de Anna Becciu, del 29 de septiembre de 1972 y otra de Martha Moia, del día 30.
Borradores y reescritura
La correspondencia y diarios de escritores destacan por el simple hecho que permiten al estudioso de los géneros autobiográficos acercarse al taller de las ideas que el día a día va provocando y generando, de modo que allí pueden tener una primera manifestación literaria, que luego se reescribirá para su uso posterior en textos de índole creativa. La selección de palabras, temas y disposición del texto en la página es un proceso que requiere una organización mental que muchas veces el remitente no está seguro de poseer y es entonces cuando recurre a la escritura “provisional”, que va reescribiendo hasta llegar a una última versión. En definitiva, el texto final pasa por varias etapas (escritura, revisión y reescritura) lo que implica una multiciplicidad de textos antes de su “fijación”. Durante el proyecto de escritura y organización de las ideas, se da una textualización que puede maniobrar de diferentes formas (anotaciones, apuntes) construyendo una versión provisoria del manuscrito.
Los manuales epistolares recomendaban realizar previamente un esbozo de lo que se quería decir antes de la redacción definitiva. Los borradores son un espacio donde el escritor traza sus primeros pensamientos e ideas; allí realiza numerosas versiones hasta alcanzar, según su subjetividad, el término de la obra: “un poema es el último borrador que llevamos a la imprenta”, sentenció Baudelaire. Y son numerosos los autores que aluden a este proceso de reescritura. Por ejemplo, Flaubert, menciona nueve versiones de Madame Bovary, hasta llegar a la definitiva; también García Márquez refiere haber escrito nueve veces El Coronel no tiene quien le escriba. Así, los borradores son un documento que nos permite seguir la génesis textual, servir de testigo en el proceso de creación. En este sentido se establece una relación con la escritura misma, “que es considerada como una materia que debe ser moldeada, trabajada hasta alcanzar una forma final”. Pizarnik redactaba la misma carta seis o siete veces, en muchas ocasiones las acababa enviando, en otras, el borrador/carta nunca llegaba a su destinatario:
"He observado, releyendo las cartas a C.C. que no le he enviado, que mis oraciones extensas son desastrosas"... "Desde que me desperté escribí cartas. No sé si las voy a enviar, no lo creo."[2]
Aunque la poeta elaboraba varias versiones de la misma epístola, sólo guardaba las que no enviaba y se deshacía sus borradores:
"Intentos de escribirle a C.C. Ya rompí como siete cartas. En cuanto me dejo ir surge una catarata de lugares comunes, una monotonía, un explicarme, un justificarme" (Diarios 367).
En cambio, de los trabajos literarios solía conservar el “borrador”, porque con ellos establecía un juego dialéctico que anulaba la ilusión de un movimiento unidireccional: en su caso «escritura» era sinónimo de «reescritura». Los manuscritos eran parte de una obra que estaba continuamente escribiéndose porque aunque un trozo hubiera sido tachado, el pasaje siempre podía ser restablecido a la hora de la publicación. Y a la inversa, un fragmento no rayado podía ser excluido de la edición. A diferencia de un texto borrado, a la palabra suprimida se le ha negado el valor semántico, pero en el propio movimiento de tachar, Pizarnik apunta a la imposibilidad de anular lo vivido mediante palabras.
En numerosas ocasiones, la revisión se produce de manera simultanea con la reescritura, porque el autor al actualizar el texto, puede detectar posibles errores o disfunciones en su manuscrito, por lo que decide redactarlo de nuevo usando de base el texto original. Evidentemente siempre que se corrige se revisa, pero a nivel textual la corrección es normativa y la reescritura no. La letra encima de la letra va creando una nueva letra y las correcciones son una forma de acomodar el texto a un receptor específico, a un nuevo lenguaje o a un nuevo contexto. Sólo el manuscrito pone en evidencia la dinámica del yo, las fuerzas puestas en obra, sus diversos papeles. Las revisiones y variaciones del material “bruto” se superponen o se combinan en un proceso más o menos intenso, por tanto es muy difícil identificar cual es la opción textual privilegiada por la autora:
"En cuanto a mi obra, empecé a reescribirla. Después de las diez primeras páginas se vuelve sencilla. Se me ocurre que con la ayuda de alguien (Olga, por ejemplo) yo podría terminarla rápidamente" (Diarios 484).
Pizarnik no sólo se apropia de las obras literarias que lee, también convierte los textos en un lugar para el ensayo y la experimentación. La constante reutilización de material, saqueo o vampirización de versos o imágenes propias o ajenas, fue su rasgo más pronunciado a finales de los sesenta. Sus cartas en definitiva, son palimpsestos que se yerguen frente a nosotros con cierto orgullo y se desvanecen en el ejercicio mismo de la escritura.
Notas
[1] La correspondencia Liscano-Pizarnik apareció en la Revista Zona Franca, 16, dic.1972. El fragmento que hemos logrado descifrar se corrobora con la carta que J. Liscano le envió el 4 de febrero de 1972: “Me tomo la libertad de enviarte un pequeño cheque en dólares, para animarte. Entre escritores hay que ayudarse. Yo tengo la fortuna de tener fortuna, y no constituye ningún acto de desprendimiento prestarte este mínimo favor. Tómalo como un regalo tardío de Navidad” (Alejandra Pizarnik Papers, Caja 9, carpeta 3, Departamento de Libros Raros y Colecciones Especiales, Biblioteca de la Universidad de Princeton)
[2] Entrada suprimida de Diarios, 28 de Junio de 1964. Alejandra Pizarnik Papers, Caja 2, carpeta 5. Departamento de Libros Raros y Colecciones Especiales, Biblioteca de la Universidad de Princeton.
Bibiografía
PIZARNIK, Alejandra, Correspondencia Pizarnik, Buenos Aires, Ed. Planeta Argentina, 1998.
— Diarios. (Ana Becciu, compiladora) Barcelona, Lumen, 2003.
— Dos letras / Alejandra Pizarnik. Barcelona, March editor, 2003.
1 comentario:
me parece muy bueno el blog..y aljandra por supuesto bueno gracias chau..
Publicar un comentario