La obra de la autora de “Los trabajos y las noches” y “Árbol de Diana” exhibe una profusa difusión en diversos lugares del mundo. A la edición definitiva de su “Poesía Completa” (Lumen, 2000) y su “Prosa Completa” (Lumen, 2002), se agregan ahora múltiples estudios sobre su persona, sus diarios e inclusive sus dibujos. Lo que sigue es un breve recorrido sobre una escritora al borde del abismo, que describió como nadie la angustia existencial.
“…. pero le pasó (a Kafka) lo que a mí:/`se separó’/fue demasiado lejos en la soledad/y supo -tuvo que saber-/que de allí no se vuelve'" A.P.
“…. pero le pasó (a Kafka) lo que a mí:/`se separó’/fue demasiado lejos en la soledad/y supo -tuvo que saber-/que de allí no se vuelve'" A.P.
I. Las obsesiones
Acaso como sucede siempre, y en particular con los textos de algunos autores argentinos, la obra poética de Alejandra Pizarnik (reunida en “Poesía Completa 1955-1972″, edición a cargo de Ana Becciú, 2000, Editorial Lumen) se halla atravesada, concentrada, caracterizada y definida, esencialmente, por una serie de tópicos o temas recurrentes. Puede decirse que nadie o casi nadie escapa a este sino común a los creadores. En la visita permanente a unas pocas cuestiones atinentes a su más intransferible subjetividad, en un periplo que va del tratamiento estético al grito desgarrado, está todo.Ya en “La tierra más ajena” (1955), de alguna manera se anuncia lo porvenir.
En “Textos de sombra” (déc. 70) y sus poemas no recogidos en libro, pero incorporados a esta edición definitiva, las obsesiones de Pizarnik marcan alevosamente sus textos breves, lacónicos, terribles (agónicos, como se los ha definido) de formas muy identificables: la muerte y la infancia; la noche y el frío; la soledad, la espera y la pérdida imprimen una y otra vez, en sus páginas, la noción de que la que escribe lo hace quizás como si esto, la pluma sobre el papel, fuese la única forma de drenar su desesperación, su doliente existencia. Cada vez más, a medida que el lector se interna en sus páginas (y nunca más preciso el término), sobrevuela lo que podríamos definir como una profunda `búsqueda existencial’. Sin embargo, con el correr de las páginas, aquella denominación transitada de alguna forma por todos los escritores, da lugar a otras sensaciones que nos esforzamos en nombrar, y que se relacionan con una postura de la autora más definitiva, más radicalizada, más extrema. No hay búsqueda, en todo caso lo que se nos cuenta es el fracaso de esa búsqueda.
Podemos decirlo así: se impone en el verso, mediante el uso de figuras y formas diversas (jamás la apelación a la insoportable rima, casi como una denostación de la forma), el relato del dolor generado en la piel de la poetisa por aquella empresa abortada o frustrada.
II. El barro de su yo
Así, en lugar de hacer una suerte de catarsis con su escritura, cada nuevo verso de Pizarnik pone palabras a un dolor más profundo, acaso sólo antes intuido por la autora. A la inversa de tantos otros casos, entonces, el poema de Pizarnik no libera: más bien hunde progresivamente a su autora en una espiral interna de la que no podrá salir. Pizarnik lo sabe, pero va por más: quiere escarbar en el barro de su yo hasta el final. Pizarnik no canta; dice apenas, con la fuerza que le queda y con lo que resiste en sus entrañas, su tristeza por lo tenido y perdido.
En su pluma se advierte que ella es plenamente consciente de que aquello (los años de la niñez, acaso algún amor realizado o no) ya no regresará; y que, tal vez, la memoria de esos otros momentos la arrastrará indefectiblemente a la locura o la muerte. Escribe sobre esa tristeza indecible; sobre el absurdo que queda luego de esa idealización perdida o no realizada. Pizarnik no describe floras ni faunas, no imagina personajes, no cuenta historias en sus versos, no elogia a sus antepasados, no relata encuentros ni amores; sus escritos son un doloroso proceso para intentar nombrar lo que ella siente, hondamente, en un periplo exploratorio y de autocuestionamiento devastador. Valgan como ejemplos dos de sus textos más conocidos:“He dado el salto de mí al alba…” (p. 103);“Explicar con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome” (p. 115)
III. Ver el fin
Una noción de fin inminente atraviesa, de una manera brutal, sus textos.
Lo que queda en ella es apenas el impulso de la escritura, y nada más. Pero eso no es todo: Pizarnik escribe como si viviese un tiempo extra (”no sé por qué no me suicido”, escribe en su diario). Así, como se dijo, el absurdo de la existencia, el lamento por un amor ausente, la añoranza de la niñez, van a definir muchos de sus textos:-”Esta lúgubre manía de vivir/esta recóndita humorada de vivir/te arrastra Alejandra no lo niegues” (”La enamorada”, p. 53);-”mis manos crecían con música/detrás de las flores/pero ahora/por qué te busco, noche,/por qué duermo con tus muertos” (”Azul”, p. 84);-”recibe este rostro mío, mudo, mendigo/recibe este amor que te pido/recibe lo que hay en mí que eres tú” (”En tu aniversario”. p. 157)
IV. Choque del cuerpo y el poema
La crítica especializada no ha advertido sino en “Árbol de Diana” (1962) apenas una serie de figuras que plantean, a la inversa del resto de su obra, atisbos de un cierto optimismo.
Allí se usan, también recurrentemente, figuras relativas a la luz: todo lo demás es un crescendo (o más bien un descenso) arrebatado quizás buscando, como se dice, la disolución de la distancia entre la poesía y la vida. Escribe:“Sobre negros peñascos se precipita/embriagada de muerte/la ardiente enamorada del viento”.Pizarnik vivía, en carne propia, el dolor que escribía. No muchos poetas han puesto así el cuerpo; suele relacionarse su caso con los de Rimbaud y Artaud (se ha dicho que éstos trabajaban una “estética de la muerte”).
Poemas sin formas (ni alejandrinos, ni sonetos) brevísimos, mínimos, van perfilando su trabajo de los últimos tiempos: allí pareciera plantearse, sencillamente, lo esencial de la escritora. Una línea, dos, bastan para expresar, una vez más, lo mismo: si se observa con cuidado, los poemas de Pizarnik embaten, desde aquellos tópicos recurrentes, una y otra vez sobre lo mismo (es decir, sobre ella misma), obteniendo un nuevo límite con cada uno de ellos, pero también una nueva herida. Su nostalgia inconmensurable parece tener escrita una sentencia. No escapa de ese designio, que intuye desde muy joven.
Antes, una última dolencia. Primero, la creciente incoherencia en sus cartas, poemas y escritos; luego, la internación en una clínica psiquiátrica, a inicios del 72; a la postre, la muerte por sobredosis.
Allí se usan, también recurrentemente, figuras relativas a la luz: todo lo demás es un crescendo (o más bien un descenso) arrebatado quizás buscando, como se dice, la disolución de la distancia entre la poesía y la vida. Escribe:“Sobre negros peñascos se precipita/embriagada de muerte/la ardiente enamorada del viento”.Pizarnik vivía, en carne propia, el dolor que escribía. No muchos poetas han puesto así el cuerpo; suele relacionarse su caso con los de Rimbaud y Artaud (se ha dicho que éstos trabajaban una “estética de la muerte”).
Poemas sin formas (ni alejandrinos, ni sonetos) brevísimos, mínimos, van perfilando su trabajo de los últimos tiempos: allí pareciera plantearse, sencillamente, lo esencial de la escritora. Una línea, dos, bastan para expresar, una vez más, lo mismo: si se observa con cuidado, los poemas de Pizarnik embaten, desde aquellos tópicos recurrentes, una y otra vez sobre lo mismo (es decir, sobre ella misma), obteniendo un nuevo límite con cada uno de ellos, pero también una nueva herida. Su nostalgia inconmensurable parece tener escrita una sentencia. No escapa de ese designio, que intuye desde muy joven.
Antes, una última dolencia. Primero, la creciente incoherencia en sus cartas, poemas y escritos; luego, la internación en una clínica psiquiátrica, a inicios del 72; a la postre, la muerte por sobredosis.
V. Sombras suele vestir la muerte
Con cierta temeridad y algo de razón, puede decirse que todo Pizarnik está, desmesuradamente, en las tres o cuatro páginas de “Sala de psicopatología” (p. 411), un texto escrito desde la sala 18 del Pirovano, en el marco de su internación, poco antes de su muerte. Sorprende al lector con pasajes explícitos sobre sexo, y hay referencias a la masturbación, ausentes en el resto de su obra.
Pese a su importancia (la autosatisfacción sexual también es un indicador de su soledad) se destaca allí, una vez más, la percepción de la inminencia de final, y casi una exhortación desesperada a tomar la decisión de forjar ese final. Se lee: “El lenguaje -yo no puedo más alma mía-/pequeña inexistente/ decídete; te las picás o te quedás/ pero no me toques así/con pavura, con confusión/, o te vas o te las picás, yo por mi parte, no puedo más” (**).
La incontestable crudeza de la pluma de Pizarnik, sea dicho, hace parecer a niños de pecho a tantos otros poetas blandiendo estúpidas figuras retóricas para cantar el amor o describir una bahía. Como no podía ser de otra manera, aquel viaje interno terminó, si se nos permite la expresión, en la colisión final entre la que recibe el poema y el centro del poema.La fascinación que ejerce su figura y la de otros artistas invadidos por el delirio, empero, no se relaciona con el culto necrológico ni con una infantil apología de los muertos, más bien se vincula con una sospecha que, de alguna manera, tenemos los que nos acercamos al arte.
Esto es: la idea de que los Pizarnik, los Artaud, los Rimbaud, los Baudelaire, los Bukowski y tantos otros, a diferencia nuestra, han ido más allá, han comprendido la necesidad de meter las manos en lo oscuro, de autoexorcisarse, de desgarrarse desde adentro, partirse en dos y abandonar todo por una palabra precisa. Nosotros, desde afuera, admiramos ese trayecto, justamente porque creemos que ellos, en ese viaje alucinado, han entendido, e inferimos, acaso equivocadamente, que la única forma de llegar a ese conocimiento o revelación es sacrificando la propia vida. Qué lejos estamos nosotros, los que la leemos estupefactos, de ese valiente viaje interno que a Pizarnik, como a otros, les ha valido en un único momento la muerte y la inmortalidad, una vida devastada pero (o quizás porque) una obra extraordinaria.
Estanislao Giménez Corte
Publicado en El Litoral el 24 de agosto de 2006
1 comentario:
se teme, cuando uno escribe, se teme, ir más allá de la frontera y sin retorno.
escribir es un oficio riesgoso.
Sin dudas, AP es una de las tantas "válvulas" que estallan.
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