martes, 18 de enero de 2011

Locura, creación y muerte en Alejandra Pizarnik

"Pero lo principal, el núcleo de mi proyecto, es así: esperar con esperanza algunos años en los que nada importará salvo ese encuentro desde ya declarado imposible. Luego, a los treinta me suicido. Ni siquiera pensaré en la poesía. Es decir, ese encuentro es El Poema tal como lo sueño y tal como jamás lo escribiré y tal como nadie lo escribió nunca" [3]

"Si me preguntan qué perdí mi respuesta serán mis brazos en ademán de decir: todo.Si me preguntan qué encontré, el gesto será idéntico. Pero si te preguntan por qué respondes así o qué quieres decir con ese gesto te echarás a llorar y maldecirás el lenguaje"[4]





Como todo texto este tiene su mini historia. Empezó con una aparición y desaparición súbitas y continuó por una sorpresa redoblada. Estando en mi oficina en una hora inusualmente acostumbrada, recibí la visita de una estudiante de Letras quien me pidiera asesorarle para una investigación, con lectura psicoanalítica, sobre Alejandra Pizarnik, poeta argentina que se suicidara a los 36 años y a quien yo conocía tangencialmente. Acepté por un gusto probado en los trabajos de psicoanálisis y arte. Su estudio estaba basado, principalmente, no en la obra de poesía y prosa de Pizarnik (relativamente breve por la interrupción de su vida pero con una sustancia que le ha valido ser una de los grandes de la poesía argentina) sino en sus Diarios, cuya publicación bastante reciente (la primera edición sale en 2003) había logrado satisfacer años de ansiada espera; aunque –lo sabemos - toda satisfacción deja siempre algo que desear y en este caso, han aparecido ya críticas a las mutilaciones y censura que ha sufrido el documento de parte de los editores.[5]

Así es que me di a la lectura de los Diarios de Alejandra Pizarnik, con lo que entré al segundo momento de la historia de este trabajo.

Como en una vorágine alucinante entro en una red de dolores inmensos, de vacíos insondables, soledades sin remedio, miedos asfixiantes, mucha poesía, literatura, autores, melancolía, mundos grises sin ilusiones, fuerte seducción de la muerte y el suicidio, dolores una y otra vez más, tristezas, más poesía y también… psicoanálisis, lo que, como ustedes comprenderán ancló mi interés por estos escritos. El psicoanálisis, junto con la escritura, el sexo, la muerte y el suicidio, está presente de cabo a rabo en la hechura de estos materiales que comprenden de 1954 a 1971, es decir 17 años de la vida de esta autora cada vez más fundamental que solía referirse a su trabajo poético diciendo que: “…pocas veces se han hecho tales esfuerzos por aclarar lo indecible”.[6]

Y esta presencia transversal del psicoanálisis en esta obra no es por el simple hecho de que este término aparezca desde la primera página de los Diarios, ni porque su autora haya tenido una experiencia psicoanalítica con un psicoanalista de renombre en Buenos Aires: Óscar Ostrov, y ni siquiera por las salteadas pero importantes referencias a Freud; se trata de una presencia distinta, que sedujo mi atención, la del psicoanálisis en este texto sugerido por la alumna de Letras quién, entre tanto, desapareciera de forma inexplicable y repentina tal como apareció. Es de este estar del psicoanálisis en el libro lo que me ocupa, de lo que hablaré en este trabajo, algo que tendría que ver con una cierta intuición de esta escritora para cuestiones fundamentales que nos atañen como psicoanalistas.

Esta traza del psicoanálisis se hizo presente para mí a través de una sorpresa: muy pronto en la lectura me dije: “estoy aprendiendo psicoanálisis” y también, desde luego, un poco de poesía y poco no porque allí haya poca sino que no es mucho lo que yo podría apropiarme. Heme aquí que leyendo lo que Alejandra Pizarnik escribe sobre sus temores irrefrenables, sus odios devastadores, sus amores imposibles, sus oquedades, sus desamparos, aprendo psicoanálisis. Se trató para mí de una sorpresa que después se manifestaría como redoblada y eso me decidió a escribir este trabajo.

Es redoblada porque es una sorpresa que me haya sorprendido ya que sabemos cuánto el psicoanálisis ha abrevado en el arte, como lo reconocieron Freud y Lacan por citar tan sólo a los más importantes de todos los que han abordado esta relación. Lo cierto, también, es que son determinadas obras y no todo arte, las que han sido fuentes para el psicoanálisis y quizás, en esto residiría la justificación de mi sorpresa: se trata, a mi parecer con los Diarios de Pizarnik de una de esas creaciones que claman, que con-mueven, que movilizan algo inadvertido e insospechado en uno mismo.

No me atrevo a hablar de universalidad pero quizás algo de lo que alimenta este asombro que pudo proseguirse hasta este escrito, sea en algún sentido similar –y ¡por favor! guardando todas las proporciones- a lo experimentado por Lacan ante la trilogía de Paul Claudel: El Rehén, El Pan Duro yEl Padre Humillado, que trabaja exhaustivamente en el seminario sobre la transferencia. En éste Lacan equipara a Sygne de Coûfontaine, personaje central de la triología, héroe trágico moderno, con la figura de Antígona, que llena los requisitos del héroe trágico antiguo y confiere, además, a la trilogía claudeliana el carácter universal que le daría el tratarse, frente a Edipo y Hamlet, de una nueva versión de la temática de las funciones del padre; mientras que en Edipo el padre aparece como ya asesinado (él y el padre no saben) y en Hamlet condenado, en tanto que sabe, en Claudel, la temática del padre se configura alrededor de la figura del padre humillado; tragedia, nos dirá Lacan, respecto a la trilogía, construida cuando la cuestión del padre había sido ya profundamente cambiada por Freud.[7] Por cierto y paradójicamente a esta apreciación de Lacan -comentábamos en la lectura del seminario de Lacan del grupo RIS en ESPACIOS-[8] nos topamos con que este conjunto de 3 obras teatrales de Claudel, no sólo no están traducidas completamente al español, sino que, incluso, es un poco difícil conseguirlas en francés.[9]

Precisamente Claudel constituye uno de los que integran la enorme red de escritores desaforadamente trabajados por esta autora cuyo personaje poético podría muy bien constituir otra versión de heroína trágica más moderna que Sygne y aún más afectada por esta demolición del guiñol del padre, en buena medida atribuible a él mismo, que venimos presenciando a lo largo del siglo veinte y el que corre.

Si bien es amplia y concienzudamente revisada la red de autores que hacen a Alejandra Pizarnik, algunos son más preferidos que otros constituyéndose una bipartición que, tratándose de quienes se trata, recuerda la hecha por Foucault en Historia de la Locura entre los escritores que se posicionan ante ésta y cuya cercanía o distancia los hace o no modernos en el sentido que Foucault piensa la modernidad; es decir, como marcada por una apertura al mensaje poético de la locura, determinado por sus linderos con lo imposible de decir.[10]

Así, desconcertada por no encontrar en el Español poetas que la guíen, encuentra entre los franceses, el romanticismo alemán, Kafka y algunos otros, a aquellos a quiénes confiere un aire familiar. Como ejemplo de esta distinción escribirá en su diario en una época anterior a su estancia en París, en julio de 1955. “No estoy de acuerdo con Clara Silva en lo referente a las influencias nocivas de un Proust, Gide o Baudelaire. No creo que estrellen la fe innata e inocente de nuestra alma con una violenta y angustiosa voluptuosidad. Si es que leo a Proust, es porque yo elijo a Proust y porque mi estructura se identifica con él y elige su obra y no cualquier otra. Mis angustias no nacen al contacto de las líneas, sino que se limitan a asentir familiarmente y a reconocerlas como cosas ya experimentadas” [11]

Detenernos un poco en estas filiaciones ayudará a perfilar nuestra presentación de esta figura trágica cercana y a la vez lejana a nosotros y que dice, en su desesperado anhelo de poner en palabras la verdad que la habita, muchas de las cosas que, con otros términos y producto de otras vías, dijeran Freud y Lacan. Así, diferenciando a Neruda (a quien admira) de Hölderlin y Rilke dirá: “A pesar de su grandeza no suscita en el lector esa admiración mezclada de amor que sucede con Rilke, con Hölderlin. Es que Rilke me toma de la mano y me habla suave, hondamente, y su voz recuerda algo que jamás fue en verdad, su voz es reminiscente de algo que viví sin haberlo vivido, como si fuera un acontecimiento que me sobrevino en otra vida, muy antigua, inmemorial, pero más verdadera que ésta, o como si hubiera degenerado en ésta”[12]

La estancia de cuatro años de Pizarnik en París de 1960 a 1964[13] permite delimitar en el tiempo cronológico 3 momentos de su vida y obra, indisolublemente ligadas: antes del viaje, entre 1954 y 1960, cuando publica 3 libros de poesías: La tierra más ajena (1955), La última inocencia (1956), dedicado a Ó. Ostrov, su analista de años de quién se dice –gran descubrimiento- que estuvo enamorada y en 1958 publica Las aventuras perdidas. El segundo momento sería, justamente, el de su estadía en Francia, durante el cuál produjo los libros: Arbol de Diana(1962) y Los trabajos y las noches (1965). Finalmente, un tercer periodo a partir de su retorno a Buenos Aires a finales de 1964 y que concluiría con la dramática suspensión de su vida en 1972. Durante estos años escribió y publicó: Extracción de la piedra de la locura (1968), El infierno musical (1971) y La Condesasangrienta (1971), junto con alguno que otro que escapa a este recuento que no pretende ser exhaustivo, así como a diversos ensayos y traducciones.

En París conoce y hace una amistad entrañable con Octavio Paz[14] y Julio Cortázar, algo mayores que ella a quienes lee, admira y respeta pero que, finalmente, no forman parte de aquellos “consanguíneos” sobre los que dice en una época cercana a su muerte: “Lo que me interesa sí, es leer a los propios, a los familiares, a los entrañables. Leerlos y releerlos”. [15]

Dostoievski, Nerval, Lautremont, Bataille aparte de los ya citados, forma parte de esta “hermandad” a la que se afilia Pizarnik; del último de estos cuatro escribirá en 1963: “Bataille. Cada vez me asombra más nuestro aire de familia”[16]. Refrendando lo que, más que un interés, sería una adhesión al pensamiento surrealista, dirá de Breton: “Mi deuda con André Breton es inenarrable. Tal vez es aquel que nada me enseñó y no obstante es aquel que más influyó en mí.[17]

Pero si con alguien hay una identificación en el sentido más radical en que queramos ver este término es con Artaud, como lo dejan en claro algunas referencias a este poeta que nos permitirán seguir esclareciendo el propósito de este texto; en 1959, todavía en la Argentina: “He hojeado las obras de Artaud y me contuve de gritar: describe muchas cosas que yo siento –en esencia: ese silencio amenazador, esa sensación de inexistencia, el vacío interno, la lucha por transmutar en lenguaje lo que sólo es ausencia o aullido”.[18] Unos tres meses después dirá: “…si hay alguien que puede o está en condiciones de comprender a Artaud, soy yo. Todo su combate con su silencio, con su abismo absoluto, con su vacío, con su cuerpo enajenado, ¿cómo no asociarlo con el mío?”[19] y, por último, “Lo que me asusta es mi semejanza con Artaud. Quiero decir: la semejanza de nuestras heridas.[20]

La herida de A. Pizarnik que no dejó de manar fuego hasta que se cerró definitivamente con su acto suicida, habitada como estaba por la llamada de la muerte que vendría a dar significación a su deseo. Deseo de absoluto, definitivamente, que vendría a cerrarle el paso, a obstaculizar, a impedir la configuración o construcción de A. Pizarnik, o como algunos dirían: su salvación a través de los medios que ella misma se pensó: un libro como morada, es decir, la escritura, el sexo y, con menos fuerza el psicoanálisis. Desde otra perspectiva, podríamos decir que con su acto suicida no hace más que realizar el fatal destino al que está atada.

¿Se trata para nosotros de explicar el suicidio de A. Pizarnik arguyendo las tesis psicoanalíticas y considerando el contenido autobiográfico de los Diarios? ¿Se trata de decir sobre el inconciente de esta poetisa bajo el discutible argumento de que se presentifica en el texto que abordamos? O ¿sobre el del personaje poético que delinean estos diarios y que nos lo muestran ante un fatalmente inevitable asedio de lo real mortífero que lo desintegra constantemente, impidiéndole configurarse aún con la herramienta que tendría más poder para hacerlo: la escritura?

No se trataría de ninguna de estas cosas, sin duda seductoras y que han ocupado ya a varios dentro de esa serie bastante engrosada de trabajos que se han hecho sobre la vida y obra de Alejandra Pizarnik sin duda una de las mejores poetisas de Latinoamérica. Creemos estar advertidos contra esta tentativa de “psicoanálisis aplicado”. No se trata tampoco de deleitarse cómodamente con la lectura del dolor profundo de la existencia humana, contra lo que nos alertaría la experiencia del sufrimiento en el psicoanálisis.

Se trata más bien de enfatizar el valor del arte, particularmente la lectura de la poesía para alimentar esa formación inagotable del psicoanalista a través de un texto que nos ha parecido que transporta intuiciones fundamentales y de una autora que, con las distancias que su condición ponía respecto al mundo mismo, es cercana a nosotros porque escribe en nuestra lengua, participa de nuestra historia, leyó muchos de los autores que hemos leído y al igual que muchos de nosotros, pasó temporadas considerables en un proceso psicoanalítico.

Muchos de estos trabajos de corte biográfico que se han escrito sobre Pizarnik, han abordado las circunstancias de su atroz infancia, recreadas por ella misma en sus textos y la han vinculado, como no podía ser de otra manera con el sufrimiento de su vida misma, con su engarzamiento a una visión del sexo que privilegia el sadomasoquismo, con los temas constantes de su poesía: la locura, la muerte, y finalmente, con su suicidio.

La lectura de los Diarios de Alejandra Pizarnik, efectivamente, muestra la evolución de algo que estaba dado de antemano. Un tiempo progresivo que, paradójicamente, aspira a regresar a un tiempo ya dado. Es decir, algo se produce en los primeros años de su cruenta vida, se disimula después en los “entretenidos” años infantiles y se empieza a desatar en la adolescencia compitiendo con los momentos de escritura poética que le ponen cierta contención, y le posibilitan alegrías insospechadas ante ese horizonte borrascoso; algo que enfrenta, infructuosamente, con el psicoanálisis y que va paulatinamente enseñoreándose en un movimiento aparentemente hacia delante, pero que tiene toda la fuerza de la retroacción que lleva al momento constitutivo y en el que, el abandono del análisis, significa una cesión a esa que podríamos pensar como voluntad de destino.

Evidencias de eso que, quedándonos cortos hemos llamado infancia atroz, las tenemos en las siguientes citas: “Debo repetir por milésima vez que mis padres se esmeraron en arruinarme. Y lo lograron. Por ignorancia, por estupidez y por falta de afecto”,[21] esto en octubre de 1962, el tema insiste y un mes después dirá: “Hoy pienso en esa niñita y me asombra comprobar cómo trabajaron para arruinarme. Labor perfecta. Quedó lo que tenía que quedar: un poco de ceniza.”[22]. Un par de citas más, queremos trazar brevemente esa ruta progresiva retroactiva del personaje poético de Alejandra Pizarnik. En enero de 1961: “Me gustaría que pudieran sentir, un solo día, lo que yo toda mi vida: morir de incoherencia, de deseos irreconciliables, asistir maniatados y amordazados al caleidoscopio infame que forman las más horribles escenas de infancia sucedidas en una ruptura total con lo inteligible y lo esperado”[23] y, por último, en congruencia con la retroactividad del movimiento temporal en el texto, una cita de 1960: “El sentimiento de soledad y del abandono es una enfermedad. ¿Cuándo comienza? ¿Por qué no hubo una madre para impedirla? Pero tal vez esta enfermedad es justamente que no hubo una madre para impedirla.[24]

Sería verdaderamente fatigoso demostrar este tempo de la obra con la enorme cantidad de citas disponibles en este diario que fue pensado, primero con un carácter eminentemente “psicológico y no literario”, diría su autora y que pasó a ser en su mismo dicho la posibilidad frustrada de la morada de su personaje, para pasar a ser el diario de una escritora, como –de acuerdo a su editora Ana Becciu, A. Pizarnik habría deseado y expresado durante una conversación privada el día anterior a su muerte, durante el fin de semana que pasara fuera del Hospital para agudos: El Pirovano, en el que cursaba una estancia: “Estuvimos conversando un buen rato y en un momento dado, refiriéndose a sus diarios, dijo que había estado pensando en que le gustaría que se hiciera una selección para publicarla un día como “un diario de escritora””.[25]

Independientemente de lo fatigoso, que podemos minimizar seleccionando citas claves, aunque sea difícil esta selección, el asunto es que ni siquiera es ese nuestro cometido principal; se trata, como hemos dicho antes de esa presencia, digamos, no académica del psicoanálisis en la escritura de la Pizarnik, que nos hace aventurar la idea de cierta universalidad y, mucho menos que eso, nos impulsa a recomendar con énfasis su lectura para, desde luego, gozar de ésta en el sentido extenso de la palabra, pero también en una posición que refrendamos como freudiana, como contribución a la formación del analista, al menos en lo que a lecturas se refiere.

A los 18 años, en 1954, dos citas elocuentes de la tensión entre la presencia inefable de la muerte y la creación posibilitada por la escritura, que al mismo tiempo, encuentra el muro contra el que se estrella: “… cuando siento cada trozo, cada milímetro, cada color, cada valdosa que vuela a mi perfección; sí, cuando siento que mi sentir se amplía infinito y todo lo traspasa, todo ¡ah!... Entonces cuando miro, huelo, oigo, recuerdo, siento: mi ser ya no espera. Mi ser vibra con los sentidos erguidos, atentos en su puesto. Cuando mi alma se espera en las sagradas nimiedades y recuerda su elección en potencia, ya no se angustia buscando rutas seguras. ¡No! No hay angustia que alcance su nivel. Ni desesperación, ni dolor. No existe vocablo alguno en el cual invertir mi sensación en ese momento”.[26] “Aún no rechazo íntegramente al mundo. Aún me aferro a los engaños gestadores de ilusiones fantásticas. Aún sopla en mí la optimista esperanza de hallar el puente transitable entre los límites y el infinito. Aún no tengo conciencia de la total impotencia del hombre (O si la tengo, no me causa suficiente angustia)”[27]

En esta tensión entre la muerte y la locura, de un lado y la poesía, el desesperado anhelo de poner nombre a la fuente del sufrimiento del otro, transcurre la creación poética de Alejandra Pizarnik; ambos se anteponen claramente. Es atraída fuertemente por el silencio de lo real y con la creación poética intenta fallidamente ponerle diques a esta invasión de la locura y la muerte, entidades horrendamente temidas, pero también poderosamente amadas, anheladas. En medio de esto sus intuiciones sobre el inconciente y lo real. Y van algunas citas sobre esto: “Hay mucho más convencionalismo en nombrar las cosas con palabras avejentadas que hacerlo con palabras que nos surgen de algún lado, como pájaros que huyen de nuestro interior, porque algo los ha amenazado”;[28] “… llegado el instante de escribir un poema, no soy más que una humilde muchacha desnuda que espera que lo Otro le dicte palabras bellas y significativas”;[29] “… “Es extraño desconocerlo tanto, como si yo fuera la sede de esa otredad innombrable que firma con mi nombre. Nada me es tan ajeno como ella Buscarla, señalarla, hacerla vibrar con mi sangre, apoderarme de sus raíces, he aquí mi necesidad”[30] y por último: “… escribo poemas cuando ello oalgo o alguien lo quiere”.[31]

Aunque las restricciones de espacio lo impongan, es difícil resistirse a la tentación de trazar, con los propios términos de la autora, este movimiento temporal aparentemente progresivo pero que no hace más que realizar algo dado, es decir, retrotraerse en el tiempo. Simultáneamente, nos interesa destacar algunas de los múltiples pasajes en que reconocemos una intuición sólida de las nociones psicoanalíticas. Es evidente y explícita la lectura de Freud de parte de Pizarnik así como de algunos autores cercanos al psicoanálisis como serían Bachelard, Barthes y Blanchot y, de manera importante, los escritores del surrealismo, lo que, conjuntamente con su experiencia psicoanalítica, darían sostén a estas intuiciones.

Esta cercanía o, dicho en otros términos este decir las nociones del psicoanálisis en el lenguaje de su poesía ha sido localizado por distintos investigadores y críticos. Una de ellos, ha hecho un estudio más o menos pormenorizado de algunos poemas de Pizarnik, estableciendo correspondencias con nociones lacanianas: “Creo que en Alejandra Pizarnik se pueden seguir, casi sin desvíos, las imágenes que nos describió tan claramente Lacan y que intenté bosquejar en la primera parte de este trabajo. La fragmentación del sujeto, la búsqueda de unidad (que para ella se lograría en el silencio), el desplazamiento del significado frente al mar profundo y ambiguo de significantes, la dificultad de encontrar la palabra verdadera, la manifestación del deseo en el texto, el intento de plasmar, de conjugar cuerpo y texto, la angustia ante el desencuentro, la desesperanza”, [32]circunstancia que ha llevado a especular sobre la posible lectura de Lacan de parte de Pizarnik y viceversa; de esto último –que me parece remoto- no tengo ninguna referencia, de lo primero, sí puedo afirmar que, al menos en el texto de los Diarios no hay una sola referencia a Lacan o algo que indique su lectura.

La ventaja que podemos encontrar para agilizar la exposición reside en que estos dos temas pueden ilustrarse con las mismas citas, la dificultad reside en elegir cuáles de entre tantas que digan mucho mejor que yo esto que trato de presentar ante ustedes. Nos aventuramos a riesgo de dejar fuera muchas de gran contenido.

Metáfora de A. Pizarnik: “Un loco desflora una flor. La flor da luz a una muchacha y luego muere. La muchacha queda herida por una carencia innombrable que aumenta hasta la locura”[33] y se prosigue: “Y por todas partes la vieja carencia. Una melodía suavísima, tierna hasta el llanto. Una melodía que impulsa a tirarse al suelo y comenzar a llorar hasta la muerte de la eternidad”.[34]Quizás no podría haber un párrafo más ilustrativo de lo que queremos plantear que el contenido en la siguiente cita: “Es la disociación que viene galopando en sus tijeras bajo el cinto, dispuestas a cortar el desmayado hilo que me enlaza a la cordura. Es la disociación galopando en caballo blanco –el manto flotante ornando de recuerdos prenatales- que otea el punto más sensible de mi ser de manera de realizar la aniquilación completa. ¿Luchará la triste muchacha o cerrará sus ojos dolidos y se dejará ir lentamente hacia las tinieblas? Sabido es que la salvación exige sólo el interés. Sí, se salvará por ahora: he aquí un poema dando aletazos en el aire”[35]

Si la juventud significó esta batalla en la que las fuerzas de lo oscuro, digamos, no dejaron de tener una victoria contenida, la anticipada vejez de Pizarnik va evidenciando un predominio de la pulsión de muerte, para decirlo de una vez. Es algo similar con la idea del suicidio engendrada desde muy temprano: va desde la conciencia de ser un acto dirigido a otro, hasta la planeación, intentos fallidos y concreción. Dejando de lado las citas de Pizarnik sobre la cuestión del suicidio, me concretaré a citar, ya cerca de terminar, algunas partes de su diario de los últimos años que muestran este mayor acercamiento con lo imposible de la verdad, de su escritura: “Perdón por el puente insalvable entre el deseo y la palabra”,[36] pero cómo no ser insalvable si es deseo de absoluto: goce, como confirman las siguientes citas: “Pero cómo hacer real mi monólogo obsesionante, cómo transmutar en lenguaje este deseo de ser.”,[37] “… ¿cómo colmar esta carencia de infinito?”[38] “Basta de absolutos, basta de la nada.”[39]

Me pregunto: ¿No sería el contenido de estas citas y las que exhibo a continuación una forma de hablar de lo Real Lacaniano?: “Una poesía que diga lo indecible –un silencio-. Una página en blanco”;[40] “Fatiga de sombras demasiado fieles. Todo este horrible esfuerzo por escamotear la verdad proviene de un temor o presentimiento: que detrás del escamoteo no haya nada. Quítate la máscara. Y detrás o debajo hubo una ausencia de cara”; [41] “Pero aún mantengo una absurda esperanza: la de no saber lo que supe estos días: que no hay nada en Mí, que hay un silencio absoluto en mí”[42] “No puedes con el lenguaje. El lenguaje no puede por ti.”;[43] “Despierto con una tensión espantosa. Ahora sé lo que pasa: no se puede decir la verdad. La poesía es más bella en la medida en que se aleja de la verdad”;[44] “¿Cómo no escribo? Estos estados de cercanía de la muerte son muy propicios para aprehender cosas escondidas que aparecen o se transparentan en o a través del poema. Hablo de estados donde la presencia central es la muerte sin figura ni figuración. Estado preliterario e, incluso, tal vez, preverval”.[45]

A lo largo de este texto que, en algún sentido podría tratarse de una presentación insuficiente del libro Diarios de Alejandra Pizarnik, he tratado de mostrar lo que para mí fue una presencia no teórica, no académica del psicoanálisis en dicho volumen, para ello, a su vez, intenté hacer una presentación no académica, resguardándome de esto con citas recurrentes a la autora misma. En las últimas páginas del libro, que coinciden con los últimos meses de su vida, en 1970, hay un apunte de Pizarnik que confirma, creo, esto que he venido planteando y con el cual quiero concluir:

“Domingo 4 de enero de 1970, Encuentro una hojita donde hace unos años escribí mis temas: 1. El espacio, 2. El doble, 3. El humor, 4. El poema en prosa. Nada de lo que publiqué hasta ahora me expone. He suprimido mis temas centrales: el orgasmo, poesía y orgasmo, el rol del padre, la muerte del padre, el padre y el príncipe del cuento para niños, la madre como plañidera, la madre como danzarina, la madre como telón de fondo que oculta la figura del padre, la madre como única víctima “y la culpa consecuente que padecen los hijos que ya se dieron cuenta””.[46] ¿Les resultan familiares?

Notas

[3] PIZARNIK, A. (2005), Diarios, Barcelona, Ed. Lumen, p. 317, 5/Ene/1963

[4] IBID p. 273, 24/Sept/1962

[5] VENTI, P. (2004) Los diarios de Alejandra Pizarnik: censura y traición, en Espéculo Revista de Estudios Literarios, Universidad Complutense de Madrid, URL:http://www.ucm.es/info/especulo/num....

[6] PIZARNIK, A. (2005), Diarios, Barcelona, Ed. Lumen, p. 464, Dic/1967

[7] LACAN, J. (2003) El seminario de Jacques Lacan. Libro 8. La transferencia, Barcelona, Ed. Paidos pp. 300-364

[8] El colectivo RIS (Real, Imaginario, Simbólico) forma parte de la red mexicana de colectivos psicoanalíticos: REAL (Red Analítica Lacaniana) y viene realizando, en su local de la Cd. De México, (Espacios) la lectura y discusión de los seminarios de Lacan desde el número 1; actualmente (jun/07) se está por concluir el trabajo con el seminario 9: “ La Identificación”.

[9] De la trilogía sólo está traducida al español la primera obra: El Rehén, aunque no es fácil conseguirla en librerías, incluídas las de la Cd. de México; en Xalapa, Ver. me fue posible localizarla en la excelente biblioteca teatral: “Candilejas” del Mtro. Francisco Beverido; las dos restantes pude obtenerlas en México D.F. gracias a la circulación de copias de una traducción hecha por La Escuela Freudiana de Buenos Aires.

[10] FOUCAULT, M. (1979) Historia de la sexualidad. La voluntad de saber, México, Siglo XXI,

[11] PIZARNIK, A. (2005), Diarios, Barcelona, Ed. Lumen, p. 33, 20/jul/1955

[12] IBID p.p. 81-82, 27/oct/1957

[13] Torres, C. (2004), Alejandra Pizarnik en Espéculo Revista de Estudios Literarios, Universidad Complutense de Madrid, URL: http://www.ucm.es/info/especulo/num...

[14] Octavio Paz quien al igual que Cortázar, aparece mencionado en distintos pasajes de Diarios, prologó su libro de poemas: Árbol de Diana.

[15] OP. CIT. p. 476, 18/jun/1969

[16] IBID p. 348, 20/dic/63.

[17] IBID p. 222, 37dic/66

[18] IBID p. 147, 3/sept/59

[19] IBID p. 159, 25/dic/59

[20] IBID p. 383, 19/oct/64

[21] IBID p. 285, 25/oct/1962

[22] IBID p. 288, 9/nov.

[23] IBID p. 190, 10 ene/1961.

[24] IBID p. 172, 27/nov/60.

[25] IBID, Becciu A., Introducción, p. 7

[26] IBID, p. 36, 20/jul/55

[27] IBID, p. 25, 1/ago/55

[28] IBID, p. 79, 23/oct/1957

[29] IBID.

[30] IBID, p. 106, 15/feb/58

[31] IBID, p. 159, 28/dic/59

[32] BORDEU, R. (1995). Psicoanálisis y Literatura: Alejandra Pizarnik y el silencio . En Anuario del Magíster. Universidad de Chile. Facultad de Filosofía y Humanidades. Pags 47 – 57. http://www.uchile.cl/facultades/filosofia/anuario/ANUA-04.html

[33] IBID, p. 86, 14/nov/1957

[34] IBID, p. 91, 23/nov/1957

[35] IBID, p. 93, 8/dic/1957

[36] IBID, p. 110, 21/feb/1958

[37] IBID, p. 200, 11/abr/1961

[38] IBID, p. 115, 29/feb/58

[39] IBID, p. 139, 2/feb/59

[40] IBID, p. 140, 8/feb/1959

[41] IBID, p. 297, 20/dic/1962

[42] IBID, p. 323, 13/feb763

[43] IBID, p. 325, 20/feb/1963

[44] IBID, p. 326, 3/mar/1963

[45] IBID, p. 457, 2/sept

[46] IBID, p. 489, 4/ene/1970

Fuente: Revista Carta Psicoanalítica, nº 11, Octubre de 2007

Autor: Juan Capetillo Hernández

el autor del collage es Alfonso Brezmes

Decidí crear este blog porque estoy convencida que el conocimiento si no se comparte es inútil. He dedicado más de 15 años al estudio de su vida y obra. Realicé mi tesis doctoral sobre el discurso autobiográfico en AP, la cual resultó un libro de 700 páginas (se puede consultar en la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid). Ahora bien, solo os pido una cosa. Por respeto a mi dedicación y estudio, si tomáis fotos, artículos u otro material, citad la fuente. Muchas gracias.

MADRID 2008

Datos personales

Poeta y doctora en Literatura Latinoamericana por la Universidad Complutense de Madrid. Estudió los archivos de Alejandra Pizarnik depositados en la Universidad de Princeton.